lunes, 30 de junio de 2014

La presa II (La cazadora XI)

No sabía cuanto tiempo había pasado, podían haber sido minutos, horas, días o años. Lo único que tenía claro en su mente era el dolor.

Sus pezones ardían como pequeñas brasas adheridas a su pecho, cada ligero movimiento hacía que las pinzas le produjesen un insufrible dolor en la zona.

La postura tampoco ayudaba, tenía las piernas estiradas y abiertas, en una postura cansada y exigente. La lefa que llenaba su coño y sus muslos se había secado, provocando que su sexo estuviese irritado. Tenía hambre y sed, su estómago rugía a cada momento. Pero lo peor era la sensación de estar atrapada. Aquella gente podía hacer con ella lo que quisiera y Diana no podía hacer nada para evitarlo.




Un ruido fuera de la sala la alertó y, segundos después la puerta se abrió.

- ¿Cómo se encuentra mi perra favorita? - Escuchó decir a la mujer.

Diana quería contestarla, mandarla a la mierda, hacerle saber que lo iba a pagar pero, tan débil que estaba, no tenía fuerzas ni para hablar, y no quería que el tono de su voz denotase su estado, así que decidió callar. Notó como el hombre la desataba y la obligaba a incorporarse. Los músculos le dolían, los tenía entumecidos pero, lo que la obligó a gritar de dolor fue cuando le quitaron las pinzas.

Pensaba que sería una liberación, un alivio dejar de tener esos malditos cacharros colgando de sus pezones pero, al liberarse la sangre volvía a circular por los mismos, haciendo aumentar un dolor hasta hace unos momentos adormecido.

La mujer dejó escapar una risotada que aumentó la rabia de Diana. Podía sentir de manera amortiguada como aquella zorra disfrutaba con lo que estaba haciendo.

- ¿Has visto que pintas llevas? Pareces un despojo... - Le decía la mujer. - Nikolai, ¿Crees que podemos hacer algo para solucionarlo?

Diana escuchaba al hombre moviéndose tras ella y, sin previo aviso, un fuerte chorro de agua helada la golpeó la espalda, haciéndola caer al suelo. Intentó cubrirse con las manos pero era inútil. El agua golpeaba con fuerza cada rincón de su cuerpo y, su baja temperatura hacía que fuese una tortura. La peor parte fue cuando, a pesar de la resistencia ofrecida por la chica, la obligaron a abrir las piernas para limpiar los restos de semen resecos.

Las lágrimas de Diana humedecían el interior de la máscara.

- Basta. - Ordenó la mujer. Se acercó a Diana y susurró en su oído. - Espero que todo esto te sirva de lección. Ya no eres nadie, no tienes poder sobre ti misma. Ahora nos perteneces. Vamos a hacer lo que queramos contigo, lo quieras o no, así que puedes elegir y cooperar, o resistirse y obligarme a convencerte.

La mujer se levantó.

- A mi, personalmente, me satisface más la segunda opción. 

Diana sentía el sadismo que destilaba esa zorra. Se sentía impotente, ¿Como iba a salir de esa situación?

- Preparala, Nikolai. Abraham quiere verla. - Y diciendo esto, la mujer salió de la sala.

"Abraham..." Rápidamente Diana intentó buscar algún indicio sobre quién podría ser Abraham pero, por mas que pensaba, no recordaba nadie con ese nombre.

Por su parte Nikolai se entretuvo un rato "preparando" a Diana que, de tan débil que se encontraba, no pudo resistirse siquiera, quedando como una muñeca en manos del hombre.

Notaba cómo el hombre la iba poniendo lo que debía ser lencería. Primero el sujetador arrancó algún gritito de dolor debido a lo irritado de sus pezones. Después le colocó un liguero, medias a medio muslo y lo que parecía un diminuto tanga. Unos zapatos de altísimo tacón completaban el atuendo. Diana no quería ni pensar que querían hacer con ella, aunque tampoco era muy difícil de imaginar...

Por último, enganchó una correa a la base de la máscara y esposó sus manos tras la espalda. Diana estaba sorprendida de lo poco que se había resistido pero, ¿Que otras opciones tenía?

El hombre tiró de la cadena, obligándola a seguirle pero antes de salir de la sala se detuvo.

- Un momento. - Dijo. - Falta un detalle.

Unos segundos después, la chica notó como empujando su nuca la obligaba a inclinarse. Apartó el tanga a un lado e introdujo un plug anal en el culo de la chica.

- ¡Ah! - Protestó Diana. La había pillado por sorpresa.

- Una buena zorra debe tener el culo relleno siempre. - Dijo Nikolai, soltando una carcajada.

Mientras caminaba tras el hombre en busca del tal Abraham, Diana se sentía humillada. La extraña sensación de invasión que sentía en su culo no era desagradable, es más, desde que lo probó había disfrutado bastante del sexo anal, pero nunca de aquella manera, de forma impuesta y obligada. No pudo evitar acordarse de Missy, que debía llevar siempre un plug introducido en su culo, pero eso era distinto, había manipulado su mente para que lo desease...

¿Como podía dejar que la hiciesen eso? Pero, ¿Como podría evitarlo?

Se tropezó un par de veces, tenía las piernas entumecidas de no poderlas mover, y llevar esos tacones no ayudaba nada. Giraron un par de veces y de repente se detuvieron. Nikolai desenganchó la correa de su cuello y se fue por donde había venido, dejándola allí sola. O eso creía.

- Llevo mucho tiempo esperando encontrarme contigo. - Dijo una voz grave y varonil. - Aunque reconozco que esperaba que hubiese sido algo más difícil. Tu amiga presentó más resistencia.

"¿Amiga? ¿Que amiga?" Diana no sabía de lo que estaba hablando.

- ¿Que queréis de mí?

- No digas tonterías, sabes perfectamente por que estás aquí.

- No tengo ni puta idea de lo que queréis de mí. - Replicó Diana, cabreada. - Sólo se que unos putos locos me han secuestrado y, que en cuanto me libere, voy a hacer que os acordeis de ello el resto de vuestras vidas.

Diana hablaba a través de la furia como un método de defensa. No sabía si diciendo eso les iba a cabrear e iba a ser peor, pero era la única forma que tenía de desfogar su furia.

- ¿Es posible que no sepas nada?

Diana se movía en el sitio, el plug anal hacía que la posición fuese bastante incómoda.

- ¿Que quieres que sepa? ¿Vas a hablar claro de una vez?

El hombre guardó unos segundos de silencio, tras lo cual, ordenó.

- Vanessa. La máscara. 

- En seguida. - Contestó la zorra que la había estado humillando.

"¿Iban a quitarle la máscara?, no serían tan estúpidos..." Aunque, como recordó, había gente que se podía entrenar para resistir sus poderes, como Marcelo. Pero Tamiko le dijo que era un entrenamiento complicado y que pocas personas podían llegar a conseguirlo...

Notó como unas manos toqueteaban en su cuello, un sonido metálico, un candado... Y le retiraron la máscara.

La luz le hacía daño en los ojos, los entre cerró, intentando evitar ese efecto, intentando establecer contacto visual.

Veía ante sí al tal Abraham. Un hombre maduro, trajeado, con buena planta. Estaba sentado en un sillón tras una mesa.

Al lado de Diana, con la máscara en la mano, se encontraba la zorra. Rondaría los cuarenta años, pero se conservaba excelentemente bien. Tenía un cuerpo atlético, bien definido, se notaba que era mas fuerte que Diana. Tenía el pelo rubio recogido en una alta coleta y una mirada severa y penetrante.

Y eso es lo que estaba buscando Diana.

Se olvidó del hombre, ya de ocuparía de él después. Primero, iba a hacer que aquella zorra se convirtiese en una puta perra a sus órdenes.

Fue agradable notar como podían de nuevo abrirse paso en una mente, Diana volvía a sentirse poderosa. Lo primero que notó fue la soberbia y el sadismo de la mujer, estaba disfrutando con lonque la estaban haciendo.

"Dentro de unos minutos estarás lamiendo mis pies, zorra" pensó Diana. Y entonces...

Algo raro pasaba, Diana hizo una mueca de disgusto. Era una extraña sensación, como si unas manos estuviesen sujetando su mente. Rápidamente perdió contacto con la mente de la zorra, dio un paso atrás.

- Ugh... ¿Pero, que...?

Entonces miró al hombre. Éste sonreía sardónicamente .

- ¿Que pasa? ¿No puedes usar tus truquitos mentales?

Las manos apretaban mas fuerte su mente. Dolía. Diana gritó y cayó al suelo de rodillas.

- ¿Que se siente al ser el ratón y no el gato, cazadora? Tus poderes no tienen ningún efecto aquí.

Diana notó como la presión sobre su mente descendía, miró a Abraham, asustada. ¿Quien era ese hombre? Se levantó haciendo un esfuerzo, no quería permanecer arrodillada ante él.

- ¿Como...? - Empezó a preguntar. - ¿Que... Que acabas de hacerme? - Jadeaba mientras hablaba, el dolor intenso la había agotado.

- ¿Creias que tus poderes eran únicos? Eres un monstruo, un demonio y, como tal, hay maneras de combatirte y neutralizante.

- ¿Un monstruo? El único monstruo aquí eres tú. 

El hombre comenzó a reír y, al igual que su voz, su risa era grave y profunda.

- Creo que ya se lo que está pasando aquí. - Dijo, mirando con complicidad a su compañera. - Seguro que esa perra de Tamiko no te ha contado nada, ¿Verdad?

- ¿Conoces a...?

- ¿Tamiko Aizawa? - La cortó Abraham. - Podría decirse que somos viejos amigos... - Diana guardó silencio. - ¿Que te ha contado? ¿La milonga de las valikyrias? ¿Las amazonas? - Miraba con curiosidad a Diana, midiendo su reacción. - ¿O la de las diosas de la antigua china? 

La cazadora recordó a la perfección el momento en el que Tamiko le contó el origen de sus poderes. 

- Es eso, ¿verdad? - Seguía hablando. - Así que ni siquiera sabes qué eres, y aun así te dejas manipular con la facilidad de un niño. Dejame decirte algo: Nada de lo que te ha dicho esa zorra asiática es cierto.

Diana se movió inquieta, no confiaba en aquél hombre pero, realmente, podía haber intentado indagar mas acerca de su origen.

Vanessa se situó tras ella y, con suavidad, comenzó a acariciar su cuello.

- ¿Que haces? ¡Dejame!

Empujó a la mujer con la espalda, lanzándola contra la pared e inmediatamente volvió a sentir esa presión en su cerebro.

Gritó, era peor que cualquier dolor físico, como si se estuviera quemando desde dentro, cada rincón de su cuerpo. Hincó una rodilla en el suelo y entonces el dolor cesó.

- Será mejor que no nos hagas enfadar si quieres vivir un poco más. - Reprochó el hombre.

Vanessa volvió a acercarse a Diana pero ahora la suavidad había desaparecido, agarrándola del  pelo la obligó a pegar la cabeza al suelo, dejando su culo en pompa.

- Te dije que haría lo que quisiera contigo, por las buenas o por las malas.

Dio un fuerte azote en el culo de la chica y después, apartando el tanga a un lado, comenzó a jugar con el plug anal. Lo sacaba por completo sólo para volver a introducirlo lentamente, viendo como el ojete de Diana ofrecía algo de resistencia al principio y devoraba el juguete al final.

El cuerpo de la cazadora comenzó a reaccionar en consecuencia, su coño empezó a humedecerse y tenía los pezones como piedras. Nuevamente se avergonzó por no ser capaz de controlarse, de dejarse llevar ante la gente que la había secuestrado y violado.

- ¿Quieres saber quien eres? - Dijo el hombre, acercándose a ella. - ¿El origen de tus poderes? - Vanessa comenzó a acariciar su coño con la otra mano, mientras continuaba con la lenta profanación del culo de Diana. - ¿Quieres saber por que estás tan excitada, incluso en una situación como ésta?

Esa frase captó la atención de la chica, ¿Habia una razón para ello?

Los gemidos se escapaban de sus labios sin que pudiera hacer nada por evitarlo, pero intentó abstraerse de ellos y prestar atención a Abraham. Inconscientemente, sus caderas se acompasaron a los movimientos de Vanessa.

- Vives por y para el sexo, lo necesitas, no puedes vivir sin él. Te alimentas de él. ¿No has notado como tu cuerpo se insufla de vida tras experimentar un orgasmo?

Si lo había notado, pero no sabía si era por que su nuevo cuerpo de mujer reaccionaba así.

- Tus poderes están pensados para subsistir, para alimentarte. - El repetido uso de esa palabra empezó a poner nerviosa a Diana. - No eres una enviada de las diosas, no eres una mujer destinada a liderar al resto. - Abraham guardó unos estudiados segundos de silencio. - Ni siquiera eres humana.

La última frase se mezcló con el primer orgasmo que le provocaba Vanessa. Diana gemía y se apretaba contra aquella zorra buscando prolongar el contacto.

- Y... Entonces...¿Que soy? - Consiguió preguntar entre jadeos.

- Eres un demonio. Un ser nacido de la oscuridad. - Nuevamente silencio. Diana le miraba fijamente, entre incrédula y asombrada. - ¿Sabes lo que es un Súcubo?

Sabía algo sobre ello, tenía entendido que un súcubo era una especie de vampiro con forma de mujer, que utilizaba su cuerpo para alimentarse de sus víctimas.  Como no contestaba, Abraham continuó.

- ¿Conoces a Lilith?

Diana se tomó un respiro, pues Vanessa se había apartado de ella y había ido a un lado de la sala. Negó con la cabeza.

- Según la biblia Lilith fue una mujer anterior a Eva que decidió salir del paraíso por sus propios medios. O a lo mejor no. A lo mejor la desterraron por sus depravadas prácticas. No me importa. Lo único que me importa es que se estableció cerca de Mar Rojo, una tierra de demonios y espíritus malignos. Allí, dio rienda suelta a sus mas bajos instintos y su progenie, mezcla de humano y demonio, fue bautizada como los súcubos.

Diana estaba intentando procesar la información. Nunca había sido una persona religiosa y lo que estaba oyendo no tenia ningún sentido. También es verdad que antes no creía en personas controla-mentes y ahora ella era una.

Vio con una mezcla de miedo y deseo como Vanessa avanzaba de nuevo hacia ella con un enorme consolador enganchado a un arnés. Iba a follarla allí mismo y, para su desgracia, lo estaba deseando.

- Un súcubo es un demonio del sexo. Algo así como un vampiro pero, en vez de alimentarse de sangre se alimenta del placer y la vida de sus víctimas. Tu poder, el control mental que puedes ejercer, sólo es el arma de caza de una criatura de satán.

La enorme polla de plástico comenzó a abrirse paso en el coño de Diana, que no pudo reprimir un gemido de placer. 




- Y ahora viene la parte divertida de la historia, al menos para mí. -  Continuaba el hombre, con una enorme sonrisa en sus labios. - Cada vez sois menos. Llevo una vida dedicada a daros caza y se me da bastante bien, la verdad.

Diana se mordía el labio, intentando lidiar con el placer que estaba recibiendo y el terror que estaba empezando a experimentar. Estaba claro que no saldría de allí con vida.

- Pero no te preocupes, no tengo pensado matarte... De momento. - Parecía que el hombre le había leído la mente. - Me servirás de cebo para un plato mucho más interesante...

Mientras un nuevo orgasmo recorría el cuerpo de Diana, la imagen de Tamiko tomó forma en su mente, la usaría para capturarla y después las mataría a las dos.

- Mientras esperamos a que tu amiguita aparezca para buscarte, he preparado para ti una temporada en ayunas. Disfruta de los orgasmos que acabas de tener por que serán los últimos en mucho tiempo. Vanessa, ponle la máscara de nuevo.

Cuando la mujer abandonó su interior, Diana se sintió vacía. Ni siquiera intentó resistirse. La condujeron de nuevo a su celda y la encadenaron de tal forma que no podía casi moverse. Extrajeron el plug de su culo, ("Parece que decían en serio lo de la abstinencia" pensó la chica) y la desnudaron de nuevo. Y allí quedó, abandonada en la soledad de su habitáculo.

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